El mundo de los suicidas

En el trayecto del viaje del retorno. En el camino a su casa revoloteaba sobre él una imperiosa ansiedad de otros momentos. La angustia de esta correcta y concientes palabras que salen de su boca. Hermosa ella, sonsorsada y monótona. 

¿Por qué este sol que pasa por esta ventana no le deja tomar la plenitud con sus manos?. Pero él la sentía nuevamente, por cuarta vez. Por cuarta vez consecutiva. Y se preguntaba otra vez el por qué.

¿Por qué esta mujer que lo tiene todo me genera la ansiedad y drenado de energías? El futuro no existe, y en su incertidumbre no encuentra ríos navegables. Todo es pantano.

Su atractivo no la volvía bella, su sonrisa no la hacía simpática, su esbeltez no la hacía linda, su dinero no la hacía rica. Sus libros no la volvían culta. La sensación elemental era la aplastante realidad de que algo no estaba bien. 

Se sentaron y hablaron. Nuevamente de las mismas situaciones anteriores, y luego de un tiempo la desconexión volvió a aparecer. Pero él siempre se preguntaba por qué y eso la llevaba a verla. En ella existía uno de los secretos sobre él mismo que tampoco había podido descifrar. Y después de años tenía la posibilidad de descubrirlo. Si su cuerpo y su alma resistía el embate. 

Sobre la mesa descifró la frase: “La gente está tan lavado el cerebro por las reglas que ellos no saben lo que realmente importa.” Y sobre su mente todo fue llevado nuevamente a puntos distantes. Fueron a la mismísima historia. “Los suicidas no preguntan para qué construir” dijo en su interior. 

Pero no entendía por qué, con ella, teniendo todo le generaba esa sensación de vacío y poco. 

“La correcta” como diría la abuela, prolijamente sentada en su casa mientras en la taza de porcelana se enfriaba el té. La segunda vez, que se cruza con “La correcta”. La anterior tenía la excusa: Era 5 años mayor, por lo tanto era un gran camino de problemas. Pero lo que pasaba era lo mismo, sus besos estaban atados, sus ideas eran sobre las reglas y el mundo ya estaba definido. 

Enmarañados en anhelos absurdos volvió a la rutina para salir de esas ideas, pero en el pedestal de todo su tiempo seguía esa sensación de desdicha. Todavía en su mente sobrevuelan las indecisiones permanentes vistas y sentidas esa noche. 

La apatía, el afán de superación, la sangre que hierve. Todo se apaga en un simple navegar por un mar calmo, tranquilo. Apacible….y aburrido. Pero, si no tuvimos esplendor ¿Como es posible que tengamos decadencia?

Te puede interesar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *