Fugas Paralelas

Se escapa Marilina injustamente en algún arrebato de la noche. Nuevamente ella estaba llegando de Buenos Aires al pueblo y le pierdo el rastro. Gira, su persecutor no atina a encontrarla una vez que vuelve. Estará doblando por algún lugar del pueblo. 

Por la esquina pasa y se pierde. Son empujadas un conjunto de personas frente al Profesorado. Las preguntas que tenía que hacerle eran sobre las diferentes alegrías de las palabras que tanto a tanto iban vertiendo en las cartas a su familia todavía no cesa. Él las llevaba en colectivo semana a semana en ese 1974 turbulento.

También las leía. Curiosamente, como cualquier lector de cartas. Porque él también quería entender su narrativa. 

Abandonado, el persecutor se levanta. Vuelve a la lectura. Plutarco, emparejando griegos y romanos como si fuera posible. Cómo si las vidas pudieran ser diferentes por las fuentes escritas. Lo lee, se indigna. 

Deja el libro retoma las cartas de Marilina. Una porción de felicidad, algunos pedidos simples de una hija pródiga, adecuada. Que nació en una casa correcta, en el lado apropiado. Algunas cosas de hijo que él también podrían sentir otros tantos. Vivir bien, tranquilo, apacible, en Junín. Tener lo que se pide y recibirlo con bastante premura. 

Luego el destino. Marilina no sabía. Tal vez sí, en la pequeña agonía de otro pueblo ya alejado. En un invierno, otros niños que ya no eran ella. Carecen de lo que ella tuvo: cristalinos momentos limpios de niñez. La historia seguirá, en enormes porciones de aventura. Pero ella no estará.

Marilina baja del colectivo, tiene su mochila, era ya el 79. Camina por el centro, saludas a algunos, el persecutor retorna nuevamente la tarea de tomarla del brazo y decirle: tengo preguntas sobre esta ciudad. Esa que vive de este lado de la vía. Tan cordial, como ella. 

Dobla, por la calle céntrica, de repente desaparece. Un golpe y libros que caen, otra mujer aparece, una simple mirada de odio los delata. Ahí están esos libros conocidos. Una frase fulminante: “podés mirar por dónde caminás”. Junto el libro, de Plutarco. Vidas paralelas. “Ya sé, respondo. Hoy es el momento de rendir historia de Grecia y Roma. Qué la estás recursando”.

Silvia, mira, se asombra. Responde afirmativamente y vuelve a la carga. 

  • Raro que los sueños no te tengan entre lamentaciones
  • No somos protagonistas de este sueño, estamos en otro lado, en el mismo lugar. Pero en diferentes momentos. Somos el sueño de una niña que escribirá que está muy triste porque Marilina la abandona. Tiene un poco de dolor y de verdad. Por otro lado, ¿Vidas Paralelas?
  • No lo creo, responde ella, los doctores no se casan con cabecitas negras. Esas locuras pasan poco, la vida no resuelve esa equidad.
  • ¿Voy a aprobar?
  • Si estudiaste vas a aprobar, madre

Reímos, despierto repaso en mi mente los libros de su madre, los de su casa. Lo que escribió en sus cartas, las frases de quienes la conocían. Siempre hay algo más. Me desvelo. Me duerno, cruzo la puerta, el caos se desvanece, y la veo, ahí, en su propia casa. 

Balance entre quietud y sosiego capturando nuestro tiempo y mente. Ahí está ella, ya lo sabe. Lo escribe, lo pierde. Lo recupera luego de años. En sus ojos lleva el hábito del recuerdo, a veces trae gratitud y también nostalgia; y aunque muchas veces el destino le reclame al tiempo el trono para los recuerdos, la niña seguirá soñando esa historia y nosotros lucharemos contra ello, arrojando obras de arte y letras al tiempo. 

Porque hemos agregado a Marilina y su enigma, a los libros, la ciudad, la cultura y la literatura.

Ella se cola en nuestro típico transitar de los sueños en los cuales nos convocamos Silvia y yo. Nunca abandonaremos el monstruoso deseo de desear. La razón no cede, insiste. Queremos saber más: sabremos. 

Y las manos risueñas, traerán en palabras de los sueños a Marilina. Para que luego de esa anotación del cuaderno le sigan todas las otras: todo lo que sabemos que está por contar.

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