Giovanni Villani era florentino, y como tal, participó en los asuntos públicos de su ciudad. Pugnó, lucho y expuso sus opiniones. Por suerte también se dio tiempo para la posteridad escribiendo una crónica de su ciudad. Los archivistas estarán felices, los lectores por placer no tanto.
No sabemos si él se definiría a sí mismo como italiano, pero seguro que lo hizo como florentino. Lo sabemos porque sus escritos irradian el típico patriotismo que envolvió a las ciudades de la península itálica de la baja edad media
Nuestro invitado florentino vivió, amó, retrató su ciudad durante una cantidad escueta de hojas.
Pero el paisaje que nos deslumbra no son las catedrales, el Duomo de Santa María de Fiore o el arte tan ligado a la ciudad. Inmensamente citado, como desconocido. El retrato de Florencia no era sobre la arquitectura pictórica. Sino sobre otra, más profunda, más versátil. Pero también más perenne.
Lo que Villani retrató es la historia pública de la ciudad, y por supuesto, las historias de las personas que la habitaban.
Acontecimientos, insinuaciones, conjuras, revueltas, muertes y venganzas son el hilo conductor de muchos de los sucesos que podemos encontrar. El cronista nos muestra la historia de una ciudad, sin tapujos y con algunas simpatías.
Soldados reclutados de aquí para allá, intrigas, accesos al poder y Florencia como el escenario de esa acción usual. Historias, por otro lado, usuales y conocidas por cualquier lector que frecuente la sección política y las editoriales de cualquier diario. Porque no importa dónde estemos: mercaderes, financistas, cortesanos, grandes fortunas, bancos y empresas son protagonistas de la historia en mucho de sus aspectos.
Lo curioso es que nuestro invitado de hoy escribe en el siglo XIV (1300-1400), y eso lo vamos a poder distinguir más allá de que algunas cuestiones nos parezcan similares. La importancia del poder papal es claramente uno de los paisajes de la época. Sus instituciones eran rectoras de muchas otras. Para saberlo mejor, van a tener que atravesar la árida lectura del libro.
Eso sí, una vez fuera, si tenemos la suerte de ir a Florencia podremos ver a muchos de estos “Amos del mundo” prolijamente ubicados en el olvido de la muerte. Donde nos aguardan con calma y paciencia.
La vida es dinámica. A veces puede parecer absoluta, pero no lo es. Este libro (Recordando las salvedades que hacemos respecto a los “archivista de fechas”) nos recuerda, en sus centenares de enumeraciones, que, a veces, lo absoluto es una pequeña faceta de lo temporal.
Aunque no recomiendo su lectura. Al leerlo, recordé la eterna fugacidad de la vida. Idea que incluso hoy me sobrevive cuándo veo su tapa en mi biblioteca.