Derrumbarme en paz.

Desde el 2 de abril del 2013 cuándo nos anoticiamos de que mamá sufría cáncer de páncreas hasta el 18 de diciembre del 2016 que papá volvió al su casa de Junín dejándome por fin sólo pasaron 1350 días.

En ese trayecto, fuimos a Puerto Madryn, a Colonia, a Tandil, a Córdoba, a Carmen de Areco. Leímos reímos y lloramos. Hablamos de la muerte, de la vida y de los legados. Y mientras mamá soportaba con su aplomo las quimioterapias y el desgaste yo soportaba la idea de decirle que mi vida marchaba ‘maravillosa’. Le fingía, o eso intentaba. Así fue y lo intenté. Ella se dio cuenta en muchas ocasiones, si no siempre. Porque así son las madres…ellas lo saben. Pero me parece que le causaba una mezcla entre orgullo y culpa que lo haga. Pero se lo negaría siempre. Incluso si vuelve. Incluso si ahora me está leyendo.

Así fue como me pelee con mi novia y algunos amigos. Tenía menos tiempo, y muchos decían, con razón, que estaba distante, arisco, diferente. El más lúcido de todos y uno de los más cercanos me dijo: “Vamos a ser amigos a pesar de vos”. No supe qué hacer más que quedarme callado. Tenía razón. Su obstinación a veces permitió que no me devore la oscuridad.

Ella sabía que no estudiaba porque al verme pensaba que estorbaba. Ella sabía que yo hacía escándalo cada segundo que estaba en la oficina para irme a las 18 porque cada instante que pasaba con ella era lo más preciado de todo lo que podía tener y de lo que jamás recuperaré. Su deseo fue para mí una obligación a realizar. Ella decía “Quiero” y para mí era un “Tiene que hacerse aunque crujan huesos”. Un día me habló de mi determinación diciendo que era como decían en el secundario “Él es un Adoquín”.

Ella lo sabía: yo trataba de no ir al baño para que esté siempre disponible para que lo use. Cada vez que se encontraba durmiendo me asomaba para ver si aún estaba ahí: y estaba; en posición fetal porque el dolor no la dejaba dormir bien. La angustia de verla así se mezclaba con la paz de saber que su respiro tal vez al otro día sea voz y con ella uno de los sonidos de mi felicidad.

También sabía que yo ponía canales de viajes o de cualquier cosa del mundo para sacarle tema de charla y que buscaba cosas interesantes para ella con el simple objetivo que no decaiga su estado de ánimo. Así fueron links de notas, noticias, muestras de artes, noticias bizarras, comentarios sobre educación y etcéteras. Cómo también sabía que al lado de ella podía dormir y leer. Algo inexplicable. Cuando ella me visitaba yo dormía tan bien. Mi apetito era tan grande y músculos no se tensionaban.

Ella sabía que yo apenas salía del trabajo le enviaba mensajes diciendo “¿Hacemos algo?” para que sepa que estoy en camino y así ella tenía la posibilidad de no ser encontrada acostada, algo que le dolía tanto en el orgullo.

Podíamos seguir tranquilamente la función, nuestro ‘pas de deux’ en el cual el trompo de la vida giraba sostenido por los piolines de dos voluntades que trataban de dar lo mejor. Muchas veces fallábamos, se nos caían las lágrimas porque yo pensaba «La pasamos tan bien» y ella «Mi hijo hace tantas cosas por mí». Porque como madre entendía que en mí se acumulaba una angustia por perder la autonomía que todo hombre joven tiene. Yo conmigo mismo me quejaba, de hecho. Pero no podía hacer otra cosa no podía sentir una paz y una felicidad cuándo la veía sonreír de manera sincera y plena. Era mi madre uno de los faros de mi vida.

Un día ella no se aguantó, en el último viaje me dijo “Yo sé que tu vida es una mierda”. Discutimos, yo diciendo ‘voy a renunciar al trabajo’ y ella ‘tenés que seguir con tu vida’.

Salimos fortalecidos del corazón salíamos con sonrisas de incondicionalidad, no tenía pensado renunciar. Ella ganaba, como siempre.

No sé cómo no me desmayé en terapia, no sé cómo no me quebré cuando gritaba del dolor en el hospital. Tampoco entiendo su paz a la hora de decirle “Esto está complicado mamá, tal vez hasta acá llegaste”.

Ahora, por fin sólo, por fin en mi lugar puedo derrumbarme en la tranquilidad de esta soledad, puedo llorar tranquilamente y no andar buscando cosas, ideas o elementos para charlar.

Puedo mirar al mi tío, su ángel de la guarda, y decirle que jamás voy a poder olvidar todo lo que hizo por mamá que ella sintió tranquilidad de que andaba por ahí merodeando en estos asuntos. A pesar de que se lo habían prohibido por todos lados. Especialmente ella.

Ahora puedo mirar al techo con paz y angustia y llorar todo lo guardado, y ver como lentamente ese gran edificio monumental que construimos se derrumba y se hace añicos. Con ello una gran porción de mi alma y el tiempo más valioso y valiente que he vivido hasta hoy.

El lenguaje es el vestido del pensamiento pero es escaso para las emociones; lo que sentimos es indecidible, hay veces que rozamos con la punta de los dedos el dolor opresor y las ganas de que la lluvia sea infinitamente fuerte y golpee todas las hojas para dejar los árboles sin verde. Totalmente destrozados como algunas almas. Pero todo el dolor que uno pueda sentir no da status.

El dolor es sólo dolor, no hay pacto de ninguna sujeción.  Es como el mar, uno no le ofrece resistencia, trata de navegarlo. La falsa sensación de que esta horrible emoción es pedagógica aún me genera más angustia.

No sabemos ni ella ni yo cuánto dimos ni cuanto nos dolió, pero fue todo lo que pudimos dar. Mamá se fue en el momento en que podía empezar a devolverle todo lo que ella me había dado. No pude darle ni una cuarta parte. Como siempre, como nuestra historia. Ella ganó.

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