El viento es totalmente trascendente para hoja. Una emoción no contenida, un conjunto de situaciones dispersas. Emoción fuera de la dura racionalización, y también de la fría hipocresía. Entiende uno,a veces, a la hoja. Una porción emocional y a veces racional. La hoja, que artista.
El viento sopla al norte, al norte me dirijo, es al sur donde el viento se dirige el que me mueve. Pues entonces al sur iremos y en el sur estoy condenado. Pero, de repente, pasa un auto veloz, y me eleva cuán momentáneo inicio de huracán a través de mí mismo. Voy por el aire, soy el aire sin ser yo. Soy espontaneidad latente. Bailarin de gracia inigualable.
Y de repente la ciudad aparece ante la hoja. Dos que se aman con particular cariño a la vuelta, un sentimiento incontenible de vida que se llama juventud, aunque sea un joven de 50 años. La aventura de la hoja oscila por la plaza; la topografía de una cabeza calva se hace presente. El rutinario tránsito de de los hombres impersonales al trabajo. El extraño sentir del actor que se dirige a ensayar… se cree a contramano del mundo. Pero él está en el carril indicado: busca su pasión.
La hoja aún divaga, pero se olvida de su viaje, su naufragio. Las lágrimas de la chica se levantaban como testimonio del amor perdido; un pequeño niño de guardapolvo blanco pensando lo ridículo que se ve aquel otro niño con su trajecito recoleto de niño bien. Pequeños privilegios del dinero.
Esa mirada que ella le hizo a él, esa mirada, “tu mirada me define”, le dijo. Y luego el cansancio.
La hoja, ya cansada de su viaje se resigna al sueño, cayendo plácidamente en la fuente de los descamisados.