El renovado espíritu de lo viejo

La felicidad de las memorias aparece luego de sortear el complejo evento que las convocó en su momento. Por eso recuerdo aún la voz de mi madre que sonaba con fuerza por toda la casa. El tono de enojo sólo hacía que mis andanzas letradas sean cada día peor. El motivo de su enojo era simple. Yo no podía aprender el abecedario. 

Lo había intentado de muchas formas. Letras, letreros, pizarras, diarios. Pero fracasaba, luego pudo tener un pequeño avance con unas dosis en sobornos y amenazas. Asunto sólo empeorado por ser el hijo de la docente de lengua y literatura. En definitiva, estaban fallando la ley de los incentivos, hablaría si fuera economista.

Yo era niño y no llegaba a decodificar la importancia capital del hecho: la ambición también era la ambición por los orígenes. Ella temía que sea una vuelta al pasado. A un punto que no había conocido: que no lea, que no me instruya, que no sustente un pequeño legado al cual ella se abrazó para que, a fruto de porfía, el saque de su adolescente presente de pobreza e ignorancia. 

Con el tiempo creímos que estaba lejos de todo. Qué era partícipe de otro universo. Yo no había nacido en esos contextos, no había vivido ningún evento llamativo y no me esperaba la nada si fallaba: tenía el prolijo margen de error de los señoritos que viven en el centro, aunque mi ubicación pueblerina sea en los marcos.

Pero cuando llegaron nuevos primos me di cuenta de que había mucho de mí familia en mí: la idea del alcoholismo, los vicios, los cuchillos a la noche, los ranchos en los pueblos, las ciudades y las ambiciones, las miradas por sobre el hombro, los colectivos, los trenes, las bicicletas, el pasto, el barro, los libros, la educación, la ignorancia y la cultura.

Todo lo que alguna vez pensé que carecía, hoy al verme explicándole a mis primos sobre nuestra historia lo veo tan presente y propio que no puedo distinguir dónde me encuentro.  El límite entre mi tío y yo se desdibuja. En su momento, éramos distintos, para los niños somos parte de un similar destino. 

Antiguo, histórico. Olvidado, olvidable…o tal vez, como algunas personas, tan presentes que no sea necesario nombrarlas.

Un día mi prima dijo:” Mi compañera es aburrida: ¡Se la pasa todo el día leyendo!” Para mis adentros desparramé un conjunto de risas. Ante la mirada atónita de mi tío. Y eso está bien, alguien tiene que luchar contra esta perfecta creación de esto seres imperfectos. Sino ahí también yacerá una estatua que simula ser un ídolo. Pero que sólo fue persona. 

Y nosotros, como buenos viejos. Le responderemos a nuestra querida prima como debe ser: pues con libros.

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