El templo de las furias

A mitad del camino de la tierra de la esperanza y la desesperanza se encuentra el templo de las Furias. Está erigido en un material variable en estructura, y moldeable una vez construido. 

Pero, a pesar de su constitución bien conocida en todo el orbe. Nadie puede obviar la resistencia de este templo, sus dioses internos y acólitos. Principalmente por los apologetas del odio. Los adversarios que están frente a ellos, ocasionalmente.

Particularidad singular que todavía desvela a propios y ajenos. Una vez cercanos a sus inmediaciones las incógnitas aparencen: ¿Por qué ciertas personas no pueden verlo? ¿Por qué es más dado a ser visto por niños tranquilos que molestos? 

Su ubicación no ha podido ser encontrada con exactitud. Se saben los materiales, los efectos y quienes lo habitan, pero nunca se lo puede ubicar en el mapa. En cuanto la cruz es colocada, este desaparece. Los que han llegado hasta su primer pedestal no han sido pocos, sin embargo. 

Pero lo han hecho con la bendición del oráculo y luego de una limpieza general que le quitaba toda su mugre académica y científica. “Para ingresar es necesario ser un profano” reza la puerta.

El oráculo recibe el nombre de Aktarok. Es el encargado de evaluar las actitudes y aptitudes de quién pretende emprender el acceso al templo.

Si en algún momento, como ocurrió hace 1000 años, el Aktarok es asesinado el templo desparece volviéndose arena hasta el momento en que muchas experiencias se resuman en una persona nuevamente y pueda ser el encargado de encontrar el templo. Desenterrarlo y volverse su guardián e intérprete.

En las primeras escalinatas puede leerse:

“Las furias edifican un templo a ti mortal. Todos diferentes, pero inquietantemente iguales por lo general.  ¡Es la humanidad la que nos condiciona a existir! su antiguo guardian como el nuevo: es Aktarok”

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