¿Existió mi Madre?

Mientras intentaba conciliar el sueño un miércoles cualquiera quise, aunque sea por un momento, hacer memoria y recordar nítidamente la voz de mi madre. Era una voz enérgica, lo sé, sonriente; carecía de las muletillas típicas de madres ‘tiernas’.

Su voz era potente, paraba muchas cosas rápidamente. En seco. Pero a pesar de todo, no la podía traer a mi mente. Era un simple recuerdo de los adjetivos de una voz, pero no su voz. Intenté seguir por su pelo, morocho y lacio. Que caía por el contorno de su cara mientras bañaba sus mejillas entre sonrisas, a veces con la seriedad que tenía. Otras tantas con su meditada serenidad o su nostálgica mirada perdida en algún lugar del firmamento, o la casa. Pero tampoco pude recordarlo. Eso era, ¿el olvido?

¿Sólo será un personaje mi madre en el sinfín de personajes de las historias que escribo y transcribo?

Ella no estará más para defenderse de tal y cual cuestión. Ni podrá levantar el dedo cuando juzgue que no merece lo que le ofrece el destino opresor. Será sólo uno de sus 10 tomos de Historia de Las Mujeres y su sí afirmativo y convencido ante mi pregunta adolescente:

“Che, mami, ¿Hay que escribir una historia de las mujeres?”

Una mota de polvo en una lucha constante porque no le digan lo que tiene que hacer por el mero hecho de ser mujer. ¿Será mi madre esa mujer? O sólo una recreación y un reflejo de Sor Juana Inés de la Cruz que declaraba ya en siglo XVII:

“Hombres necios que acusáis
A la mujer sin razón,
Sin ver que sois la ocasión
De lo mismo que culpáis”

Y qué ella encantaba recitar. ¿Era ella mi madre?, y mientras la olvido en los días subsiguientes conservo la idea de su mala suerte: un sólo hijo y hombre. Criado en el seno de una tradicional familia del interior del país. Pero a pesar de todo parecía conforme. Cuándo repetía con alegría:

“en el hijo se puede volver, nuevo”

¿He olvidado a mi madre? ¿O la recuerdo vivamente? Ya no lo sé, ¿Realmente existió? Si ella no existió entonces es mentira que por primera vez oí de sus labios esos versos.

No fue ella quién recitó con orgullosa memoria esos versos que fueron su insignia y su lucha ante la vida:

  “Si te postran diez veces te levantas
Otras diez, otras cien, otras quinientas…
No han de ser tus caídas tan violentas
Ni tampoco, por ley, han de ser tantas.”

Si ella no fue, yo los habré leído en una biblioteca y los conduje a su voz, que no recuerdo, por el simple hecho de que es correcto.

Tal vez sólo sea simplemente unos versos marchitos que recuerdo porqué si, tal vez ni siquiera mi madre era así. Aunque, aun póstumamente, siguen dando fe de ese temperamento implacable y feroz.

El mundo avanza generando la conocida plaga de imágenes y situaciones insensatas. Mientras se aleja cada segundo del destino y tu partida, mamá, yo no siento que aún ese recuerdo viva.

Porque si viviese yo lo sentiría. Una emoción (y no un simple recuerdo) que sabia e incontinente emane y me haga sentir esa sensación voraz de tu presencia mundana y cotidiana. ¿Existió alguna vez mi madre? ¿O fue solamente la creación de la trama absurda de mis personajes en prosa? ¿Existió una vez la persona que me dijo?

“Eso de durar y transcurrir
No nos da derecho a presumir
Porque no es lo mismo que vivir
Honrar la vida”

O solamente una vaga y pobre invención de un alma adolorida qué carece de esa brisa calidad y terrenal. Si mi madre hubiera existido yo tendría en mi propia entraña la sensación viva de su inconfundible existencia y las tramas de la escritura serían absurdas elocuencias y metáforas de una simple mente literaria del sur.

¿Existió realmente la enfermedad de mi madre? O es solamente el eco de la poesía de Amado Nervo que ella tanto gustaba recitar. Enfermó, y a pesar de todo lo dijo:

“Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
Porque nunca me diste ni esperanza fallida,
Ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
Porque veo al final de mi rudo camino

Que yo fui el arquitecto de mi propio destino;”

Sí, pongo en duda la existencia de mi propia madre; ¿Por qué?, tal vez sus ideas sean mías, tal vez sus añoranzas me han quedado impregnadas porque es la única manera de tener vivo de tener vivo el legado de su espíritu. Pero ¿Si ese personaje no era mi propia madre? Si sus lecturas eran meramente informativas y no, como recuerdo, unos de sus actos de su propia felicidad. Si no fue ella la que me contó de la existencia de la frase sobre la lectura y la felicidad. Y sí, peor aún ella fue solamente esa frase:

“El verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta ‘el modo imperativo’. Yo siempre les aconsejé a mis estudiantes que si un libro los aburre lo dejen; que no lo lean porque es famoso, que no lean un libro porque es moderno, que no lean un libro porque es antiguo. La lectura debe ser una de las formas de la felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz.”

Entonces, tal vez mi madre realmente no existió y es simplemente el retazos de muchos de los libros, leídos, si no recuerdo su voz, si no invoco sus memorias ni acerca en mi alma quién era ella, tal vez ella no existió, si ya no recuerdo su perfume ni el color de cómo le quedaban las ropas que se ponía.

Tal vez hasta su agonía fue el reflejo de la lectura del último poema que publicó de Mario de Andrade:

«Conté mis años y descubrí, que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora…

Me siento como aquel niño que ganó un paquete de dulces: los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos profundamente.

Ya no tengo tiempo para reuniones interminables, donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada.

Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido.

Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades.

No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados.

No tolero a manipuladores y oportunistas.

Me molestan los envidiosos, que tratan de desacreditar a los más capaces, para apropiarse de sus lugares, talentos y logros.

Las personas no discuten contenidos, apenas los títulos.

Mi tiempo es escaso como para discutir títulos.

Quiero la esencia, mi alma tiene prisa…

Sin muchos dulces en el paquete…

Quiero vivir al lado de gente humana, muy humana.

Que sepa reír, de sus errores.

Que no se envanezca, con sus triunfos.

Que no se considere electa, antes de hora.

Que no huya, de sus responsabilidades.

Que defienda, la dignidad humana.

Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez.

Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.

Quiero rodearme de gente, que sepa tocar el corazón de las personas…

Gente a quien los golpes duros de la vida, le enseñó a crecer con toques suaves en el alma.

Sí… tengo prisa… por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar.

Pretendo no desperdiciar parte alguna de los dulces que me quedan…

Estoy seguro que serán más exquisitos que los que hasta ahora he comido.

Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia.

Tenemos dos vidas y la segunda comienza cuando te das cuenta que sólo tienes una.

Si el retazo del recuerdo fueron sus palabras que dejó vertida por el mundo, tal vez sólo sea letra muerta que nunca podrá ser descifrada y que no llegará a volverse el recuerdo vivo de quién era.

Tal vez sólo sea un pequeño anaquel, de un personaje, de una historia mínima en los mares del sur. Tal vez, mi madre no existió.

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