De la habitación normal a terapia intensiva.

El llamado de papá llegó a las siente de la tarde: “Estamos saliendo para allá porque mamá no se siente bien”. No sabíamos exactamente cuál sería el desenlace, sólo hoy me puedo dar cuenta que era el momento crucial y determinante para el cual me estaba preparando todos estos años: su posible muerte. Quizá era su primer ingreso al hospital solamente. No lo sabíamos. Ella venía en viaje, estaba vomitando sangre y no se sentía bien. Resistió 4 horas en Junín hasta que hizo lo sacrílego para ella: Molestar a su hermano. conclusión simple: directo a Buenos Aires.

El me escribió que estaba «Deshidratada y dolorida. Pero bien», a pesar de qué estaba mal, clínicamente muy mal.

Una vez enterado que habían llegado fui directo a verla, el ingreso al hospital estaba desolado, era un sábado a las 2 de la mañana. Las luces, medio apagadas, pocos médicos y ahí mamá. Con cara de dolor, le era imposible disimularlo, con cara de agonía, no lúgubre. Pero se notaba el dolor inigualable incluso a otras ocasiones y momentos de su propia enfermedad.

En un determinado momento empezó a gritar que le dolía con un alarido tan interior y tan intenso que no podía pensar en otra cosa que le den algo. Papá y el tío se fueron a hacer unos trámites, y yo no le quería decir nada porque toda palabra iba a ser inútil. Si le decía algo tal vez se lo aguantaba pero era mejor que lo exteriorice y lo diga. Mientras tanto ella se retorcía, en la parte del cuerpo donde no estaba el suero.

Me pedía que le acomodase la almohada que la sentara de tal o cuál forma que le tocara la espalda. Y de repente esos gritos guturales de “¡¡Me duele!!”; No lloré, creo que no sentía.

Desencajado y desbordado también lo veo entrar a mi tío y le señalo a mamá diciendo “le duele”. Todo el dolor de ella me había quitado cada palabra de mi alma y de mi instinto. Me di cuenta que me bajaba la presión. Y pensé “No me puedo desmayar acá, me tengo que quedar aunque lava y meteoritos caigan”. Por suerte no me desmayé.

Luego de la tomografía para ver si existía o no un aumento del tumor nos fuimos a la habitación. Era una habitación normal. A las 5 de la mañana las quejas se calmaron. Pero en un determinado momento los dolores aparecieron, con ellos los gritos y la angustia. Por suerte el doctor ya había recetado la solución: le iban a inyectar morfina. ¿Cómo llevar ese dolor al terreno de lo concebible? Para mí, como para muchos, la morfina es el principio del fin. Sin embargo no es tan así. Fue el caso de mi madre.

Mientras esperábamos la droga su ansiedad por los calmantes llegó al punto máximo de los últimos tiempos cada vez que entraba una enfermera la pregunta era obvia “¿Traen calmantes para mí?”  Yo miraba para otro lado, porque se me caían las lágrimas de los ojos.

Todo este dolor había llegado para que pueda ver si realmente podía cultivar la fortaleza, entereza y dignidad que me prometí tener para la situación que inevitablemente nos tocó vivir. Una vez con la morfina. Ella pudo descansar y yo dormir un poco.

Curiosamente podía dormir con profundidad a pesar de todo el stress. A pesar de todo estaba cerca de mamá, la gravitación de ella en la habitación me daba paz. Y su paz era un placer que siempre había sentido. Esa noche soñé con un tigre blanco que saltaba, un sueño para una interpretación. Qué no está dentro de mis planes ejercitar.

Despierto un poco más tarde, ya era de día. Veo a mamá, dormida, o intentando. Me doy cuenta que tiene dos sueros, una morfina, una bolsa de sangre y las bolsas para orinar y mientras tanto ella pálida durmiendo en posición fetal, empequeñecida… pienso ¿Es mamá una persona moribunda?, esa imagen se va rápido de mi cabeza. Se veían tan pacífica durmiendo. Tan mi madre, tan el abrazo eterno del cariño que me profesaba. Los ojos calmos, el dolor lejos y ella un retoño de paz entre tanta lucha que viene llevando adelante. Contra la muerte, contra nosotros,contra ella y a favor de la vida misma.

La muerte llega por agotamiento del cuerpo o por entrega de las almas. Y mamá que aún tenía una moral alta. Me dijo por la tarde del mismo día “estoy para seguir”, “no me quiero morir”. Aun así, delirante por la morfina quería dar pelea. La estaba dando. Si su cuerpo decía basta, no podíamos hacer nada. Será muerta es verdad, pero no va abandonar la vida por estos pedregales.

La doctora nos llama y comenta que la iban a pasar a terapia intensiva porque sus riñones no estaban funcionando y no podía eliminar toxinas; esto, sumado a su bajo peso podía ser peligroso. Por otro lado, nos preguntó si ya teníamos posición tomada sobre los tratamientos agresivos de preservación del paciente con vida en caso de que el tumor se expanda. Catéteres, entubamientos, taponamiento de venas incluso se llegó a hablar de coma farmacológico. Concluimos que era una respuesta que mamá debía responder. Era su vida, su historia. Su derecho decidir sobre ella; fui yo quien tuvo el enorme privilegio de tener esa charla con su madre: La charla más dura de toda mi vida.

Ahí me di cuenta que fue útil muchas de las cosas que me aprendí de memoria para el momento, todas las veces que fingí frente a un espejo, que practiqué y consulté a personas. Pero me di cuenta que no es suficiente, era mi madre: la perla de mi vida.

Llegué, me senté le dije “Hola mamita tengo noticias que no son muy buenas. Son dos”. La primera era la de los riñones y de que iba a ir a terapia intensiva. La segunda empezó con “bueno, ha llegado el momento”. Ella me paró con un “¿Qué? ¿Me puedo morir?”. Mi respuesta fue una: “Sí”. Su expresión fue inconfundible, un poco dormida por la droga dijo «Uh». «Ahora va a venir el tío y si querés podés charlar bien las cuestione médicas con él. Pero lo que te digo es verdad. Esto tiene pinta de malo. Lo lamento tanto mami».

Dejar soltar… dejar soltar es preguntarle a tu madre que quiere hacer y saber que es posible que decida no realizarse tratamientos agresivos con el cuerpo a pesar de que fuera a morir. Dejar soltar es ver la cara de una de las personas que más querés en tu vida y que sepas que ella va a decir que no. Porque la vida no vale nada, si uno está postrado o vencido. La vida no vale ni el peso del cuerpo supliciado. La vida son los momentos que le arrebatamos al tiempo, los sueños que edificamos y los porvenires que decidimos tener. Soltar es…querer gritar ‘¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!» a lágrima viva pero saber que es el deseo de otra persona no hacerlo porque la haría infeliz.

No se me cayó una lágrima. Ella dijo “Entubamiento no”. Por suerte llegó el tío y le contó cuales podían ser los tratamientos. Con su respuesta en los oídos nos fuimos. Un sabor lúgubre recorría mi boca, mi espíritu.

La anteúltima charla con mi madre fue sobre su posible sufrimiento. Los médicos y enfermeros tenían esa cara de piedad y pena. Mamá tenía la mirada perdida por la morfina, yo el stress y agotamiento emocional de un niño. Una vez en terapia intensiva pensé si saldríamos los tres con vida de ahí….sólo salimos dos.

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