Lo que quita y lo que no podrá quitar

La enfermedad hace que en cada abrazo, fruto de la pérdida de peso, sientas con las yemas de tus dedos el contorno de su columna, pero no desbarata la calidez del abrazo que una madre puede hacer sentir a su hijo.

La enfermedad hace que la cara se vea más demacrada pero, no que las pupilas de sus ojos te generen esa felicidad de antaño, y del porvenir.

La enfermedad hace que las energías sean pocas, pero que cuando ella esté bien las felicidad te asalte como nunca.

La enfermedad te agota emocionalmente. Hay días que sólo puedes dormir. Pero cuándo tenés que ser fuerte sale un conjunto desbordante de locas y apasionadas intenciones.

La enfermedad agota y quita el apetito, pero no las sobremesas y los manjares.

La enfermedad no te hace ascender en el trabajo, pero pone al trabajo en el lugar marginal donde debe estar.

La enfermedad invita a preguntar “Querés qué te acompañe” pero hace que vos estés aunque te digan que no.

La enfermedad te enfrenta a la muerte, pero no te tendría que quitar las ganas de honrar el vivir.

La enfermedad te impedirá la curación. Pero no invalida la sanación.

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