Los libros del gerente

La última vez que tuve un libro en manos, en una librería, fue por diciembre del 2015. Eran libros para mi mamá. Los busqué con esfuerzo y ahínco. Tal vez la lectura aplacaba su dolor, y sus angustias.

De hecho, mi madre con el objetivo de comprar un nuevo libro pasó por ese lugar y le comentó que «Mi hijo había comprado un libro sobre un río.» El librero al instante le dijo “¡El hijo! Ah… sí, ese chico. Puso mucho esfuerzo. Y había leído bastante”. Por su hijo lector el librero le regaló, naturalmente, un libro.

Los reconocimientos por manos de otros en forma de cosas le decimos regalos, a veces tiene secreto. Es reconocimiento. Lo conto el puñado de veces permitidas antes de morir. Siluetas de victorias que desvanecerá el tiempo, el olvido de ella y el porvenir a los que luchan los demás.

El espeso recuerdo estaba un tanto desvanecido por el odio y el atrevimiento. Por la búsqueda de la verdadera literatura que llena el alma para una persona particular: mi jefe.

Me había comentado la lectura que de cierto libro de neurociencia. Y yo, a pesar de haber leído otros libros que me recomendó y que me agradaron, este me generaba un rechazo.

Una idea que me rondaba era la del libro típico. El libro ‘prototípico’ de un hombre de 35 años, inteligente, con dos infantes de hijos que posee poco tiempo. Entonces, en vez de entregarse a las mieles del arte trata de exprimir piedras. Pero si al exprimir las piedras se obtiene sólo arena. Si obtenía arena del exprimir las piedras el libro de neurociencia indicaba que era culpa del exprimidor. No del objetivo absurdo que se planteaba.

Y así transcurría una parte de mi domingo. Entre la ignominia y la indignación. Es inteligente y sufre el síndrome del impostor entonces lee esas cosas absurdas, esos recetarios de locos cuerdos. Para cumplir alguna aspiración mágica como ser CEO o tener la personalidad parecida a quién es el CEO de la empresa y tener algunos de sus rasgos. Tono adusto, frase cortante y mirada severa. En última instancia, ser un CEO de una multinacional. O un adjudicador de tiempos como cualquier ingeniero típico. Le sacan el recetario y se le queman todos los papeles.

Pero yo consideraba que no, que estaba equivocado, que él era de esos linces en las praderas de tortugas. Por lo tanto, leer esos libros, que de por sí malos, le iban a atrofiar las neuronas. Entonces lo hice. Sin darme cuenta estaba en las librerías de calle corrientes tratando de buscar libros.

El atardecer era hermoso, templado, era como un diciembre, yo estaba, por momentos, discutiendo de libros con los libreros. Estaba ahí, me compré un café, caminaba, mientras como fruto de mi enojo iba pensando en cuáles eran esos libros, sus libros. Los libros que le podían servir para conectar puntos antes que esa locura de la “carrera de la inteligencia” entonces en mis manos empezaron a pasar Jack London, Stevenson, la poesía del siglo XIX, también algunas cuestiones relativas al cine y la pintura. Géneros varios para alguien que tiene que atender al generalísmo. Un gerente debe unir puntos, debe tener otras lecturas. No tiene que ser hipodérmico. Tiene que ser horizontal. Es un horizonte donde principia el cielo, cuándo termina la llanura pampeana. No una montaña en el medio del paisaje. Embelleciendo e interrumpiendo.

En un momento, un chico pasó corriendo a un grito de «¡Mami, lo encontré!». Y la madre con orgullo dijo, mientras el chico acomodaba la pila de libros desordenados “Es mi hijo, es mi hijo”. Pero en su rostro, en ese rostro de madre, había orgullo del entusiasmo de su hijo. Y ahí me di cuenta, los libros, las discusiones, el café, y ella que estaba recorriendo esas librerías con sus ojos llenos de alegría.

Ella y sus diciembres donde habrá comprado los libros. Y el sol que tanto le gustaba en la cara. Ella y su opulenta libertad bien ganada fruto de años y de luchas.

La reminiscencia de toda una historia, todos y cada uno de los libros, los recorridos, todas las situaciones, porque como mi jefe, como mis amigos, como mi propia historia, mi madre me había hablado de los libros y, a mí nunca me interesaron los libros per su propia fuerza, siempre me interesó ser un lector. Un poco igual y un poco diferente a ella. Mucho tiempo había pasado desde que no hablaba de los libros. Desde que ella murió. Hace ya tres meses. Parece ayer.

Busqué algunos libros, completé la lista de «15 libros para un gerente inteligente con Niños» y me fui. Por un instante, existió un pacto secreto entre la vida y la muerte. Un rayo de felicidad genuina y antigua me cruzó sin darme cuenta. Luego me fue adversa los días subsiguientes.

A partir de ese marzo del 2017, frecuento más las librerías. Ya no por otros, sino por mí.

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