I
El mar se fue de mi ciudad.
Nadie sabe a dónde.
Se lo llevó Pegaso de un olvido
y ahora estamos sin anclas para el mal tiempo.
Hay quien lo ha visto en tu mirada:
trozo de luz que amo delirante.
Antes era una visión.
Noche milésima de un siglo
que nos sigue naciendo en las heridas.
La soledad es un verso que llega y corta hondo.
Lluvia crecida que nadie supo.
Final de un hombre que descubre cuchillos
en la luz
y se va sin dejar huellas en el pulso.
Sabe que la ciudad es un aletazo
que siguen los vuelos en el país de Alicia
que no cesa la lluvia en el ventrículo sur.
¿Podrá ese hombre rutilar en las raíces?
¿Tendrá hormigas la impaciencia?
La proximidad del fin es discutible.
¿Dónde a cien años después de…?
Sabiéndome animal sin la camisa
escribo un verso común que llega al fuego
y rabioso quema los prejuicios
la soledad que llega y corta hondo.
Si el mar se fue de mi ciudad
cómo decir entonces el credo de mi barrio.
Qué ángel sus tejados semejantes al amor.
Cuántos locos respetables que se burlan de Dante
alucinan la esperanza
y rezan ebrios al Dios de los cometas.
¿Será tan antiguo el mar que no lo nombran?
Hay magia en el azogue de mirarnos.
Tiempo de hacer el poema de nunca
cuando treinta años no bastan para soltar anclas
y comienza a derrumbarse el país de Alicia.
Soy un lagarto sobre el lomo de Pegaso.
Soy un fósforo.
Mi cabeza peligra.
Sin olas la ciudad es un violín enloquecido.
Ya nadie escribirá la historia de la mujer
que hizo estampidos con su cuerpo.
Esa mujer ya era inmortal cuando nacieron los poetas.
Solo podrán juzgarla los eróticos
que no creyeron en su virginidad.
El tiempo es un vaivén imperceptible
y se desborda el océano.
Para madre nunca voy a morir.
El día que se desnudó el torso
quedó sin balas la muerte
Lléguense mortales a fiebrar la herida.
Ya nadie nace con el pecado original.
Ya nadie recuerda los ciclones.
Colérico de amar me vine al mundo
en no recuerdo qué súbita belleza.
Llegué con la memoria desgarrada.
Ahora que no soy un fantasma puedo decir:
la mentira es una oreja condenada
donde incuban los murciélagos.
II
Dicen que el mar se fue con los heraldos.
Que ya es tiempo de romper los maleficios.
Que andarás siempre desnuda
cual maga enfebrecida
para que nadie grite: el corazón: un jeroglífico
y los retóricos abandonen la ciudad
con sus historias muertas.
Quién conoce a quién.
Dónde la brisa y dónde el agua.
Dónde amarnos eternamente azules.
Qué peces para el prodigio.
Somos ingenuos hasta creernos dioses.
Cruzar descalzos el fuego y no morir.
Parecernos al amor y estallar.
Compartirás conmigo la cama.
No tocaremos el sol
pero estaremos cerca.
III
Ella es el mar.
Alga prendida a mis costillas.
Tengo que volver a los corales.
Estudiar con más disciplina
la civilización humana.
Últimamente hablo poco con mis contemporáneos.
Pero el mar está lleno de navíos.
No es Marzo el silencio
Ni estas imágenes el último velero.
Información sobre el autor
Manuel Gonzalez Bustos es un poeta cubano nacido en 1957. Muy gentilmente compartió esta obra y la publico ya que no encuentro registros de ellas en internet. Para más información del poeta pueden visitar los siguientes enlaces:
Bibliografía en disponbile para comprar:
Este poema pertenece al primer libro del autor; Magio la rotura de mis flautas. El libro fue Primer Premio Fayad Jamís en 1989 en el Primer Certamen Nacional de Poesía Fayad Jamís en Cuba.
Luego fue editado por seguda vez por la editorial San Lope (Las Tunas – Cuba) publicado con el título Paris es un rumor en el año 2020
1 comentario
Quedó muy bonita la publicación. Es un poema de largo aliento donde suceden muchas cosas referidas al amor y a las más profundas reflexiones sobre la ciudad y la naturaleza humana. Logra gran visualidad plática en armonía con todo el paisaje que le acompaña donde la ciudad y el mar juegan un rol protagónico.