Los sacos aristócratas

No sólo una prenda

En la república Argentina, en Julio de 1990, la importantísima e ilustre funcionaria pública Maria Julia Alsogaray salía en la revista Noticias. Ella lo tenía todo, un apellido ilustre, un puesto político, cierta juventud. Pero entre todas sus características siempre recuerdo la menos importante. Su atuendo era un tapado de piel.

Hace 30 años un tapado de piel era un símbolo de distinción casi definitivo. Poseerlo era una normal en la distinción. Hoy, viendo para atrás y con mayor conciencia y, sobre toda las cosas, teniendo materiales sintéticos más cálidos, el tener tapados de piel no es tan distinguido. Pero en aquel entonces lo era.

La compra de la Joven

Mi mamá no era ajena a esos mundos en cuánto a las aspiraciones. Pero sí en cuanto a su origen. Aunque lejos, en Junín, provincia de Buenos Aires. Las ideas eran similares. Mi abuela, una persona de bien, de familia poseía su tapado de piel. Ella, una morochita que andaba por ahí, carecía de uno. Pero lo quería, vaya a saber cómo lo quería. No lo sé, yo llegué después. Pero siempre contó que lo quería. Y, cuándo pudo se lo compró.

Uno de los primeros atuendos que tuvo. Uno de los que más recuerdo que usó. Si ella se lo ponía era porque estaba en un lugar importante. Y así, como mi abuela, como su suegra. Ella tuvo su propio saco de piel.

Pero a pesar de que eran similares, casi idénticos. Eran cosas distintas. Mientras uno paseaba por iglesias y casas de familia, el otro estaba en escuelas e instituciones. Mientras uno rondaba por la pequeña aristocracia pueblerina, el otro era un saco normal entre otro atuendos mejores.

Similares, casi idénticos. Los dos fueron usados por las personas que tuvieron un objetivo aparentemente similar. Qué no sea tan salvaje y sea “el niño”, “distinguido” o por lo menos “educado”.

Uno me enseñó la palabra “itinerario”, me llevó a mi primer vuelo en avión, me hizo conocer por primera vez la nieve y la Ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, sabía tocar el piano, pero no me lo enseño; sólo descubrí la emoción de la música por mis propios caminos. Sabía de lo ilustre de su apellido, pero sólo me habló de los avatares e infidelidades pueblerinas. Sabía de mis inquietudes y preferencias pero sólo atinó a decir “Hacete amigo del juez”. No descubrí sus miedos ni sus furias, no entendí sus miserias ni sus hazañas. La vida fue el itinerario de las fotos. Y el saco un símbolo de esa distinción. Un simple atuendo que inspiró a mi madre a querer uno igual.

El otro, trató de enseñarme el camino de los libros y fracasó en un primer momento. Al principio no lo logró. Pero su victoria era posible. La portadora de ese saco me enseñó cosas que ella amaba. Los libros, su herramienta. Su familia, y todo lo incondicional que era con respecto a ella. Mi padre, el único sujeto bajo condición. Supe miedos, de anhelos. Supe lo que ese saco era. La confirmación de que no existe un lugar al cuál hay que llegar.

Un día el saco llegó a Buenos Aires, la ilustre, y mamá dijo “Lo voy a dejar acá. Ya no será necesario que esté allá”. Tristemente supe que tenía razón. ¿Para qué lo iba a dejar allá? Ella lo quería usar en los teatros, para ir a la librería.  Ella se iba a morir, pero ese saco, se iba a quedar. Y su saco debería tener otro destino. Aunque, ya no era más “la señora” por usar el saco. Ya el saco era sólo un accesorio.

Con el correr de los años. Y mientras toda mi generación empezó a crecer y no comprender su historia y sus pasados. Ella empezó a ser “la señora”, por otras cualidades características, indiscernibles para nosotros, pero sensible para los ignorantes de su recorrido.  Ella era culta e instruida. Podía hablar de historia, de literatura, de poesía.

Las prendas

El saco de piel dejó de ser el símbolo de que había llegado a ese lugar a ser un atuendo adecuado. Porque, la cultura, el perfume y la vestimenta distinguida pueden ser obscenas o correctas. Sí están en la persona correcta, como el perfume, se notan. Sino, serán sólo una caricatura.

Como los sacos de pieles que simplemente son un atuendo, para mostrar un domingo cualquiera en una misa en el pueblo familiar.

Con contradicción veo esos dos sacos. De personas, a veces tan distintas, a veces tan similares. A veces, veo esos dos sacos. De las dos “Señoras”. A veces veo el tiempo que pasa, los miro, y me doy cuenta de su identidad que perdura. A veces los veo separados. A veces pienso que algún día serán uno.

Algún día, tal vez, una misma persona los tenga. Los vea y logre que tengan una historia común. Una historia común de música y libros. Un itinerario que empiece en la tierra y retumbe en la eternidad.

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