La hermosa morocha habladora.

La hermosa morocha de mirar alegre y vestidos colorinches, siempre tratando de cortejarla. Muchas veces parece por deportivo, pero por lo general es con intención genuina.

 Y aunque a veces parecía que estaba. Yo no estaba.

Siempre con la misma idea: cuándo la veía sonreía; incluso me volvía dicharachero. Siempre le hacía chistes.

Ella me hace sonreír. Y también me despierta el deseo en momentos en que salgo de mi casa con la depresión en su máxima expresión sobre mí mismo en particular y sobre el mundo en general.

Ahí estaba ella; hablaba, hablaba y hablaba. Con su tono alegre, diciendo y riendo de sus propias equivocaciones. Y yo me reía, porque me causaba gracias como surgía su stand-up. No era necesario que mienta, nunca lo fue. Era divertido, era tranquilo, estaba en paz en su maremoto de cosas e ideas.

Cuando llegaba el momento de la pregunta sobre mí mismo mi respuesta era lacónica. Siempre me preguntaba ‘¿y vos?’. Yo decía alguna frase de rigor como ‘todo bien’ y ensaya las típicas ‘acá estamos, trabajo, estudio bla bla bla’.

Ella pasaba a la delantera tomando la iniciativa y seguía hablando con algún comentario al estilo ‘esto es un monólogo’. Escucharla era una de la forma de la paz.

Pero cuándo estaba por pasar algo, cuándo había posibilidad de que algo pasase mi cabeza me preguntaba: ‘¿vas a arrastrar a esta persona que es buena a tu mar de depresión si no sabes siquiera cuánto tiempo dispones de tu propia vida?’

 Y es la verdad, hace años que no tengo la autonomía suficiente para hacer muchas cosas o posponer eventos de la vida familiar. No lo tengo porque no quiero. No hacer cosas con mamá me genera un ardor en el pecho que no sale con nada. Yo quiero estar, siempre y en todo lugar. Aunque la lava caiga del cielo y derrita toda la cuidad y toda mi vida yo quiero estar. Lamentablemente será toda su vida.

Por supuesto me vuelvo a mi mismo inestable hasta a la personas más agradable y alegre o, solamente soy un mentiroso. Cualquiera de las dos cosas son malas. Especialmente si la persona que tenés al lado es alguien a quién legítimamente querés.

Esa morocha habladora, tan vivaz, tan locuaz, tan del mundo y su carnaval. Seguro andará por esta ciudad haciendo sus cosas locas. Y aunque acá depresivo en la gran urbe, imaginarla por ahí. Me genera una rara y simpática felicidad.

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