Corre la rata en el intrincado laberinto, cuestionándose si ingresó por elección propia o si fue arrojada desde lo alto por la mano juguetona de un dios en busca de lo desconocido. Para ella, lo conocido parece ser un sendero de experiencias repetitivas: el agua maloliente causa problemas, la hierba envenenada desencadena insomnio, y la pared electrificada provoca dolor. A su alrededor, otras ratas siguen el mismo patrón, enfrentando las mismas situaciones. Pero nuestra protagonista, la primera en correr, decide no repetir los errores de las demás.
Evita el agua problemática y la hierba venenosa, corre más rápido y, sin embargo, no logra eludir la pared electrificada. A medida que otras ratas la arrastran hacia una ducha de agua envenenada, sufre nuevamente las consecuencias de la enfermedad. Pero esta vez, se aparta del grupo y se encuentra completamente sola. En la soledad, experimenta situaciones distintas al resto.
Dedicando todo su tiempo a escapar del laberinto, se une a ratas similares y evita la gran multitud que la llevaría nuevamente a las aguas envenenadas. Desde lo alto, Dios quizás observa con interés la agilidad y la posible diversión de su nueva estrategia.
Con el tiempo, la rata encuentra la salida. Contrario a la creencia de que solo existía el laberinto, descubre un mundo más allá. Movida por su curiosidad, se encuentra con una serpiente a lo lejos y decide correr en la dirección opuesta. Sin embargo, la salida no resulta ser el mejor destino.
La manada desde el interior del laberinto la arrastra hacia un páramo en el centro. Aunque la rata se recupera, se enfrenta a la presión de la manada que consume hierba envenenada y agua somnolienta. Resistiendo la tentación, se niega a ceder.
Es una rata maldita con un don maldito, una soledad en medio de una sociabilidad forzada. Las paredes electrificadas y la constante amenaza de la manada o las serpientes que buscan arrebatarles todo, incluso la vida.
La rata yace en el suelo, junto a otras que sufren los efectos nocivos de su comida, bebida y compañía. Mientras la manada emprende una nueva marcha sin sentido por las coloridas paredes a la izquierda, la rata vuelve a quedarse sola, retomando su camino por las grises paredes a la derecha. Las cercas electrificadas la golpean, pero se cruza con sonámbulos perdidos de otras áreas, igualmente desorientados.
Un destino alienado pero compartido, donde las ratas de la parte gris reconocen la grisura de las paredes pero no pueden disfrutar del sopor inducido por hierbas y aguas elocuentes. Zigzaguean entre las paredes hasta llegar a una sección desconocida, otra pared sin salida. Es el laberinto de la rata en busca de su redención mundana, una búsqueda persistente en medio de un entorno caótico y desconcertante.