Los médicos y la muerte

El faro en este caos.

El hermano de mamá es médico. Mi tío es médico. Básicamente, él salvó a mamá o extendió su vida lo máximo que pudo. Se cargó su salud, y la empezó a llevar por donde más conoció, por sus referentes, por las personas consideradas expertas en su área. Ese simple gesto de cariño me hace pensar en una deuda es impagable. Y ojalá nunca se la tenga que pagar porque eso implicaría un sufrimiento de su parte inmerecido. La cadena de dolor debe cortarse no expandirse.

Cómo médico ‘fracasó’, no pudo lograr llevar a mamá a la curación. Pero como hermano, y como persona, y como familiar y cómo tío llevó adelante un profundo proceso de sanación para ella, para mí, para toda la familia. Y creo que para él mismo. Y como buen médico le era difícil hablar de la muerte.

Siempre existía la posibilidad de que la sobrevida sea larga, muy larga. A pesar de que las condiciones de mamá sean muy complicadas y cada día vayan siendo peores: Estaba flaca, y las quimioterapias la estaban destruyendo y con eso a nosotros.

El experto y sus miserias

Luego de 2 años de terapia el tumor se agrandó fuimos a un oncólogo especialista que según opinión de mi tío era un experto. En cuestiones medicinales es posible que sea un experto, pero me voy a concentrar en otras faceta, en otra arista.

Mi mamá padecía una enfermedad terminal que era tratada con quimioterapia, si estaba en buen estado físico le quedaban protocolos por realizar. Él no comentó nada más que lo que era de esperarse y nadie quería confirmar.

La sentencia fue: “Ahora clínicamente parece que está activo”. Era una frase mala. Paso seguido mi mamá y el doctor se pusieron a hablar de posibilidades de combinación de diferentes tipos de drogas. Mi madre rehusó algunas, y dijo que no quería empezar quimioterapia sino hasta después de su cumpleaños. Él médico accedió con rocambolescas frases técnicas. Cómo si yo me pusiera a hablar de metáforas, sinécdoques, perífrasis y etcéteras. Vanidades de los conocedores del argot típico. Miserias de personas que evaden el conectar con las angustias y humanidades de los otros. En cuánto al deseo de mi madre. La respuesta era sólo una: su deseo era ley.

En un momento me habilitaron la pregunta. Yo hice la simple, la normal, la que hace todo el mundo “¿Cuántos tratamientos quedan?” que era una forma de preguntar “¿Cuánto tiempo queda?” o “¿En qué estadio estamos?”. Él, tomo aire, y dijo la respuesta simple, la respuesta cobarde: “Eso no lo sabemos”. Lo que sin duda era cierto, pero estando ante el límite de la vida y ante las adyacencias de la muerte la actitud debería ser otra. O por lo menos esperaba otra. Porque el tiempo del enfermo es valiosísimo. Y da la casualidad que ‘ese’ enfermo era mi madre.

Efectivamente yo tenía ganas de contraargumentar, cuando abrí la boca para hacer un comentario recibí ese gesto tan de docente, tan de ‘autoridad’ que hacen las personas que están poco acostumbradas al desafío y por supuesto a los arrebatos y embates de los otros. Guardé silencio, no podía hacer tronar mi voz. No quería hacerlo. Tenía todo para perder. Una noticia mala, una respuesta no deseada aunque esperada y mi tío metido en todo esto. Además de mi mamá agradecida de antemano por haberla atendido.

Pero hablar de la muerte era lo que necesitábamos en ese momento y él como otros tantos médicos se negaba hacerlo. Porque con ella venía la idea del padecimiento, del sufrimiento. En esa errada idea paternal se encontraba la inocente noción de que ‘sabia donde apuntaba la pregunta’ aunque tal vez, no sabía dónde apuntaba la humanidad que lo preguntaba.

Un buen médico puede ser un mediocre ser humano. Este es un buen caso de ello. Vivir hasta morir y honrar la vida sólo lo podemos hacer si entendemos el círculo de lo que sucede, y si entendemos su diámetro. Los atardeceres son nostálgicos, pero bellos. Un médico lidia con muerte, pero empuja a los límites la vida. El experto sólo la evadió. Los médicos le queda mucho por aprender, les queda mucho por morir.

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