No sé si conozco más a mi madre ahora que antes. Tampoco sé si los días de la madre son para que en mi mente recorra la idea de “¿Quién fue ella?”.
Pero no como madre, sino sólo como persona que camina por el mundo. Como una mujer.
Mientras leo, veo la sensible que era, y lo poco demostrativa que aprendió a ser, me pregunto vaya a saber por qué fue su destino mostrarse ante nosotros así. Principalmente ante el orbe de adultos que la circundó.
Yo, aún vivo, mientras ordeno sus ropas y sus cosas descubro a ella, a la mujer, a la niña, a la escritora, a la persona con sueños, a la docente. La veo a ella tan poeta como cuándo la descubrí su apuntes luego de que murió.
Descubro a la joven que terminó siendo madre. Descubro las fotos que tenemos. La veo a ella y no me veo a mí. Veo a mamá y pienso sobre ella. Cómo un personaje que se inserta en una trama, que es mi vida, y que la abandona luego de una enfermedad. Contra la voluntad de todos, incluso la de ella. Vivamente aún están las leyendas de sus gritos y convicciones, sus luchas y contradicciones. Sus miserias e imperfecciones.
¿Quién fue mi madre?, ¿Valió la pena su vida?, ¿Habrá encontrado la paz?, ¿Habrá sido feliz? ¿La habrán colmado sus proyectos?, me pregunto día a día, noche a noche, foto a foto, letra a letra. Mientras reviso las cosas. Ella era una fuerza de la naturaleza, un huracán.
De repente encuentro una foto, esa foto. Al instante me llega el eco de una charla, de un manojo de ideas. Se llama “Una foto con mi padre”. Ahí, Hernan Casciari habla “de una de las primeras fotos al inicio de nuestra historia”. No puedo evitar pensar en esa charla y pensar en mí, en ella y, también, en nuestra historia. Pero también en todas las historias de todas las madres y de todos los hijos. Porque muchos tenemos esa foto. Ese estilo de foto.
La foto del inicio de la fantástica historia de padres e hijos: la historia que se llama familia. En mi caso particular es la foto con mi madre. Otros la tienen con sus padres, abuelos, tíos. Pueden ser colectivas, pueden ser solos, pueden ser con talismán u objetos empuñados en lugares diferentes.
Nuestra foto estaba por todos lados. En su billetera, computadora y celular. Incluso mi abuela tiene una. Foto que seguramente ella recordaba con sólo apenas entrecerrar los ojos. Un momento en el tiempo. Detenido, imperecedero, para siempre.
Teñida de muchas otras historias, las cotidianas, las que cada madre tiene con sus hijos, pero también las íntimas. Las que sólo ella y yo pudimos tener dentro de todas las posibilidades que el mundo podría llegar a generar. La que sólo cada uno puede compartir.
Entiendo lo que dice Casciari, pero no tanto. El habla de su padre, de un hombre que ve y ejercita la visión de otro hombre. De hombre a hombre, digamos.
Yo no lo puedo entender del todo por algo simple: la mía es una foto con mi madre. Y yo soy su hijo varón, jamás voy a entender por lo que pasa una joven mujer que tiene a su primer hijo en brazos. Tal vez, a futuro lo entienda como padre.
Pero él, con su genialidad, también me trasladó la pregunta y la idea: ¿Qué es esta foto nuestra que está por todos lados? También, tan al principio de nuestra historia.
Ella está ahí, el sol le llega a su rostro y al mío. A diferencia de Hernán, yo tengo miles de fotos con ella cerca: abrazos, de aquí y de allá. Sonrisas y miradas cómplices. Fotos ridículas de gente ridícula, en poses ridículas, con atuendos ridículos: camisas, batas, o cosas insólitas que alimentaron nuestros momentos.
Y aunque en la foto miramos a un tercero esa es nuestra foto, como siempre mirando para todos lados. A la historia, a la vida, a otras cosas que andaban por ahí, pero los dos estábamos ahí.
Yo también me pregunto, como Hernán: ¿Yo ya sé que es mi mamá? No lo creo, mi rostro de infante todavía está entendiendo que es pasar por el mundo. Entretenido con lo payasesco del alrededor. Cómodamente estoy bastante bien en los brazos de esa persona que alegremente me sostiene y me toma del pecho para que no me caiga. ¿Algo sabía?, mi mano izquierda tocas su mejilla que era suave y estaba contorneada por su sonrisa.
Yo no sé qué es mi mamá, pero ya tengo la cara de confianza y de tranquilidad que a todos nos asalta cuándo estamos en el regazo materno. Paz, y tranquila equidad, siempre recuperada cuando nos sabemos en ese lugar de tranquilidad especial. Yo no sé qué es mi mamá, pero ella está ahí para que lo presienta.
Yo no sé, ni sabré jamás, que significa ser madre por mí mismo. Porque soy hombre, porque no puedo, porque está dispuesto así. Porque mi destino es ser padre. Enhebraré mágicas ideas con quién, tal vez, sea la madre de mis hijos pensando: “Acá está la magia indispensable de una madre que me hizo sentir feliz y que ahora es recuerdo”
Pero ella, ¿ella ya sabe que soy su hijo? Yo creo que sí, porque me tuvo 9 meses dentro de ella creciendo y gestando ciertas locuras antes del parto. Porque tiene esa cara, que jamás abandonó de ‘tenés que mirar para allá’.
Mi mamá estaba floreciente sabiendo que podía morir, pero que para ella mi destino era ser inmortal. ¿Ella sabía que yo iba a escribir sobre ella? Sí, lo sabía. ¿Qué alguna vez la lloraría en cada momento posterior de su muerte? seguramente lo preveía. ¿Ella se imaginará que me tendrían que echar de todos lados con el afán de que no esté en cada lugar donde vaya en los últimos instantes de su vida?, seguramente lo sabía. ¿Supo que me atormentaba la idea de su propia soledad?
El destino no tiene miramientos, y está bien, porque así entendemos que la vida no es sólo el tiempo transcurrido sino además, y tal vez por sobre todas las cosas, los momentos compartidos que valieron la pena.
Un momento, al comienzo de todo, que tal vez pueda ser retratada, en una foto casual. Cómo esta que ella tanto atesoró.
Esa mirada tal vez me sobreviva y, como en la foto, ante los nuevos avatares de la vida la recuerde como el inicio de una historia que durará hasta el final de mis días.
1 comentario
Nunca cambies esa mirada.. es fundacional.. es el reflejo de los de tu mama….