Ángeles de la guarda

Hermanos

No es que no vuelva, porque me he olvidado. Sencillamente los momentos suceden. Hay otras vivencias, otras personas y otras letras. 

Por otro lado, ese pequeño momento insignificante de la verdad que ocurrió hace ya ocho años. La verdad, la ciencia, la medicina y el doctor. Siempre estuvieron en algún potencial escrito. Sin embargo, no podía terminarlo. El error era simple: quería hablar de mí. Y lo que tengo que hacer es hablar del ellos: de la hermana mayor que muere y del hermano menor que vive.

Pero, ¿cómo hablar de hermanos sin tener uno?, ¿cómo hablar de la muerte de un hermano? No es lo mismo que se muera la madre a la hermana. El hijo sabe que el destino de los tiempos es que sea la tumba lo que observe, además el hijo siempre mira para el proyecto y el futuro. El constante entusiasmo de la aventura por venir. Los padres están en la espalda.

Los hermanos no son así, los hermanos están en el camino a un paso, sin mirarse. Pero están ahí. Con una presencia cálida o de ultratumba depende de ellos como puede imaginarlo. 

Ahora el hermano sobreviviente tiene dos hijos. Lo imagino observando al menor y a la mayor revolotear de aquí para allá. Supongo que a veces se preguntará: ¿Así era yo? ¿Yo no era así? También lo imagino recordando una simple verdad: no somos lo mismo. 

Ahorar ya sabe que yo estoy más cerca de ellos que de él y su hermana. Cualquier hijo único puede pasar una vida tratando de entender esa emoción que no puede ser doblegada a voluntad por las personas.

El grito de “élla es mi hermana” también sonaba cuándo a su hermandad le adicionaba su otra maldición: La ciencia médica. Por que el menor es el doctor. Según cuenta la leyenda, el mejor siempre es el mejor. 

Mi hermano el doctor

Esta vez no fue la excepción. Cada vez que escuchábamos “Doctor Farias” Una mirada de orgullo salía su hermana inexplicable en aquel momento. Ahora es fácil de entender. Se llamaba orgullo y reconocimiento.

Pero en ese momento, con el cáncer de por medio, habíamos pensado que la ciencia nos había fallado.

En efecto, la ciencia nos falló al principio. Cuándo en febrero del 2013 año fuimos al médico, quién era amigo de mi tío. Se nos comentó  que podía ser un quiste, o alguna que otra cosa menor en el páncreas. 

Sin embargo, estaba equivocado. Era un tumor maligno. La suerte estaba echada. 

No pudimos hablar mucho, por la escalera bajaba él, como la imagen misma del odio siniestro. Ahí venía mi tío el doctor. Con la voz entrecortada le digo “¡Tío!” y él se volteó, me vió. A su paso dejaba fugarse su alma y voluntad. Nunca di un abrazo tan entristecido. 

  • “¿Pero qué pasó si tu amigo nos dijo que no era nada?” lancé entre angustias y lágrimas tempestuosas.
  • “¡Se equivocó!, eso pasó” me dijo el de la misma forma y con lágrimas similares.

La ciencia nos había fallado. En realidad, este hombre que ejercía la ciencia médica no había podido ver, junto con otros colegas, que lo que estaba frente a ellos era un cáncer. Curioso el mundo de los trabajadores de la salud, sólo los recordamos cuándo no pueden ver algo, o porque no pudieron encontrar la solución a un problema. En la plena injusticia de su ejercicio también se basa lo indispensable de su tarea. Porque recordamos a ellos que no lo vieron, pero no a todos los enfermeros, doctores, especialistas, camilleros que hicieron que ese año y medio se convirtiera en tres años y siete meses.

Esta nueva información trajo la certeza clara y evidente “Mamá va a morir”. Sin embargo, mi tío en un rapto de indignación y desesperación negadora lanzó “Pero ella hoy está acá”. Y ambos teníamos razón. La charla no siguió. Pero cada uno tomó un camino diferente.

Los dos llevamos adelante nuestras tareas. Nos dimos cuenta que el enfermo terminal, puede ser orgulloso, pero no puede tener orgullo. Lentamente los estudios y las diferentes miradas inquisidoras de los especialistas hacían mella en el paciente. Y la enferma estaba ahí, luchando con cada palmo de sangre a no ser reducida un mero diagnóstico, a un simple sujeto pasivo. Para esta tarea tenía un aliado indispensable. Su hermano, claro. El hermano doctor.

Cada vez que estábamos con un médico todo empezaba con frases a su hermano, el doctor. Y, aunque no era lo principal para el médico ni para mi. 

  • “Pero puedo decir que el tío es un boludo. ¿Se cree ángel de la guarda o qué?”, comentaba con curiosidad meramente intelectual.
  • “Qué no, y ubicate en la palmera. Porque vengo sola” 

Esa sencilla e inicial charla era algo rejuvenecedor para ambos. Los años compartidos juntos, las adolescencias duras, las separaciones, la lucha por salir de dónde venían e ir a un lugar mejor los habían hecho creadores de un lenguaje único que ninguno podía descifrar. 

Tenían esa forma de hablar sin decir las cosas en dónde todos nos quedamos preguntando “cuál sería la forma que tienen para entenderse.

Los ángeles de la guarda existen

Mi madre tenía razón. Confirmo la existencia de los ángeles de la guarda. Los vi nacer y desarrollarse en abril del 2013. Tuvo que tomar mayores responsabilidades para cumplir con un designio por el elejido. Fue un ángel como en el juramento de los Horarios: Ángeles que destituyen y combaten. 

Sin embargo, nuestro querido ángel no curo a esta enferma. Este ángel hace que no vayamos de la angustia al odio, pasando por la diferencia al hastío. El periódo y la gracia angelical nos hace saber que es necesario la voluntad de hacer perdurar a las personas como ellas quieren perdurar. Porque su existencia es un bien preciado para todos. Pero principalmente a aquel que se va.

Este ángel de la guarda nos devuelve una alegría y la hace regenerar. Aunque esta alegría coexista azarosamente en un infrecuentemente feliz con el horizonte doloroso que es una enfermedad.

Este ángel de la guarda nos regala momentos eternos, pero finitos. Ajustado a la finitud de nuestra memoria y al ancho de nuestra alma.

A lo largo del tiempo que vivimos en los pasillos del sanatorio nos dimos cuenta que no es fácil tratar con las emociones de las personas, mucho menos con los que están a punto de morir. Porque morir es un gran y único viaje personal.

Yo mismo vi con mis propios ojos a un ángel de la guarda. Que, a pesar del título de médico o de la posición en un sanatorio, y de toda ciencia estudiada, estaba ahí aferrándose a la idea de volver a operar a un paciente que a todas luces no tenía para más. 

Luego de ver un saludo que se padecía por mi me di cuenta y lo dije: 

  • “Ella va a morir”
  • “Pero ella aún está viva”, me respondieron.

Después de discutir sobre el tema porque “Hay que decirle a mamá que le está llegando la hora” recibí como respuesta “Andá y decile vos”. Cuándo le comenté a mamá que, “es posible que te mueras” dijo 

  • “ah, ¿Y el tío cómo está?” 
  • “¡Y qué importa ese inútil!”

Sonrió un poco entrecortada por la morfina. Me miró con cara: “dale, no generes problemas ahora”. Y luego llegó el tío. No hablaron nada de eso. De lo que pensé que iba a preguntar. La única charla fue

  • “Y cómo va todo”
  • “Y ahí estamos viendo”

Se miraron, se dijeron lo que se tenían que decir. Yo no entendí qué pasó. Cada vez que lo recuerdo no  lo entiendo. 

  • “Pero no le preguntaste nada mamá”
  • “Ya entendí todo”

El enfermo terminal, a veces, tiene esa mirada ausente, perdida en el firmamento donde se está aproximando. La mirada que sabe que no se va a solucionar la situación. Mi mamá la tenía, pero llegaba el tío y aunque él no le lleva una frase fácil para solucionarle los problemas. Ellos tenían una mirada entre sí mismos que simboliza, imagino, la frase “Que uno está disponible para el otro”. Minucias y miradas de hermanos que alguien como yo no podrá entender. Esa fue la última vez que estuvimos los tres juntos. Malditos sean los recuerdos sobrecogedores, benditos sean los ángeles de la guarda que existen y que hicieron de mi madre alguien feliz.

  • “Gracias por cuidar a mamá”, dije
  • “No lo hice por vos. Lo hice por mí”, me respondió

Y es verdad. Lo que uno hace por los hermanos queda ahí para siempre entre ellos. Sobre todos, lejos de las circunstancias. Se recuerdan.

En Paz.

Les conté una historia que me parece digna de ser contada, pero no sólo por los protagonistas sino porque veo en su historia muchas otras historias que retratan las emociones que mi intelecto no tiene forma de concretar. El tiempo ha pasado, todos hemos avanzado; sin embargo cuando me junto con él siento que mi madre no ha muerto. Que aún está ahí. Viva, ella “Aún está ahí” aunque mis pequeños primos saben que los libros “son míos”. Y ahí está nuestro médico, nuestro doctor. 

La ciencia avanza, los ángeles de la guarda existen, los hermanos tiene un vínculo imperecedero e inexplicable para alguien sin ellos. Como Silvia y su hermano, nuestro loco preferido que decidió ser doctor. Ya lo dijo Camus:  “Todos los hombres que, no pudiendo ser santos, se niegan a admitir las plagas y se esfuerzan no obstante en ser médicos” (Albert Camus – La Peste)

Tu hermano te extraña todavía con una emoción viva. Parece que los hermanos dan esa intacta sensación: la tendencia instintiva a la alegría. No entiendo mucho que le pasa, a veces nos miramos en silencio y no nos entendemos. Lo sé, no se trata de entender.

Compartiré su perplejidad para que ese silencio donde está encerrado no le impida, al menos, seguir siendo el ángel de la guarda que alguna vez te salvó.

Perdón madre por no enviarte estas letras. Yo tampoco sé dónde es tu nueva dirección. Algunos lloran cuando escriben, algunos lloran cuándo leen. Después de tantos años, pudimos hablar de todo: tu obituario, tu último testigo, tu gran némesis y digno rival. Y ahora, tu ángel de la guarda. Me tomó casi 10 años, desde que enfermaste. Desde tu muerte. 

El tío es y posiblemente lo sea siempre la persona que mejor te recuerde y te añore. El resto de nosotros un poco nos embarramos hablando de lo que nos pasa. Él no. Así funciona la hermandad.

Tu hermano mirará al costado pensará: “Sí tan sólo vos, Silvi, estuvieras aquí.” Y ese será el instante en el que serás invocada; no como un legado ridículo de un hijo, sino tratando de traerte tal cual. En ese momento, el ángel de la guarda volverá a obrar el milagro: ese fugaz instante eterno te traerá de vuelta. En ese rinconcito del mundo maravillados sabremos que dónde él te invoque estarás viva.

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