Carta de Cloy Greythink a su madre

Mamá, aunque te tengo al lado no puedo meditar palabra sin lágrima. Sólo siento y no puedo pensar. Vaya a saber por qué en estos momentos puedo escribir con mayor soltura.

La pluma se desliza por la hoja de manera más rápida e íntima. Te estoy hablando a través de las palabras. Intuyo algo: el pensamiento que está por debajo de todo esto es que puedo perpetuarte sin perderte. La verdad es irónica: te perpetúo en letras por sé que te voy a perder.

Paradójicamente escribiendo puedo olvidarme de todo. La ansiedad desaparece y el dolor se seca. Pero luego se hidrata con el venir de la conciencia. Es posible que el dolor sea lo único que persista.

La tristeza me embarga. Y son lágrimas, caudales de lágrimas que no puedo dejar de tener. Cuando te miro, cuando me hablas, cuando te pienso lejos, porque la cercanía de tu persona en el futuro me dice que no vas a estar.

Pero, es verdad. ¿Hemos llegado hasta acá para hablar de dolor y de morir? ¿Hemos llegado hasta acá para no hablar de la vida? Todos están dando lo mejor de sí y lo están haciendo mejor que yo.

Y mientras todo esto pasa, me veo a mí mismo, patético, dando lástima, no pudiendo mantener una charla. No voy a negar que intento dar lo mejor de mí, pero no puedo.

Otra paradoja, he crecido en una familia de duros, me he educado en el liceo, donde acepté la idea de que dar la vida y morir por algo no es malo. Pero fue en ese lugar a donde aprendí a valorar la vida de los seres queridos que me rodean.

Me hubiese gustado que no se nos acortara tanto el tiempo, para poder, entre mates y mates hilvanar más vida, anécdotas y charlas, comer más asados con papá, hablar del tío de la abuela, de la familia, de la política, de la historia o de lo que sea. Lo sé, aún siguen estando esos momentos, pero cada tiempo que pasa parece terrible, fatal, mortal.

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