El tío

¡Cuando el tío aparecía, la algarabía se desataba! Era la alegría personificada, no solo en nuestra casa, sino también en la ajena. Los tíos pueden llevar distintos nombres, podrían ser primos, incluso abuelos, pero, en general, se les designa simplemente como «tío». Existen diversos tipos de tíos, pero me centraré en la fiesta navideña de 1995, donde el tío desplegó todas sus virtudes. Comenzó con una charla sobre política, exhibiendo un conocimiento aparentemente perfecto sobre presidentes, aunque con omisiones sospechosas para alguien de su estatura. Sin titubear, se adentró en la importancia de ciertas doctrinas económicas relevantes en aquel momento, argumentando que hombres como Carlos Marx no podrían liberar Cuba y que la mano dura era necesaria contra la violencia para educar hacia la paz, según su peculiar punto de vista.

Terminada la efusiva discusión política, el tío destacó las faltas de cada pariente, centrándose especialmente en la prima Viviana, quien confesó estar embarazada. Le recalco la importancia de sentirse mal porque su victoria no era completa: no había aprobado el examen de manejo. Afortunadamente, esto desató un debate sobre técnicas de estacionamiento y conducción, desviando la atención por unos minutos. Sin embargo, el tío silenció a los doctos en manejo para resaltar el sacrificio que él había hecho por la familia y cómo nadie le estaba agradeciendo. Se consideraba merecedor de llamados y alabanzas, a pesar de ser un amargado que genera rechazo como dos imanes del mismo polo. Afortunadamente, todos guardaron silencio y asintieron, sumiéndose en el festín de sabiduría del tío nuevamente.

La jornada había alcanzado su punto culminante, pero aún faltaba el postre. Afortunadamente, el tío tenía vastos conocimientos para compartir sobre literatura, analizando textos y comentando sobre sus lecturas un erudito de las letras, sin haber escrito alguna. Conmovidos quedamos todos. Además, ofreció una virtuosa idea de cómo debería vivirse la vida, repitiendo anécdotas de fiestas anteriores y sosteniendo que el primo Mariano siempre sería igual. Mariano se enojó un poco, pero, al no ser una persona que preste mucha atención, se retiró rápidamente a su casa.

Después de concluida la jornada, todos se dispersaron a sus ocupaciones. Los adolescentes salieron de fiesta, la joven pareja se retiró a descansar, y los demás se dedicaron a mirar un poco de televisión. En la mesa del comedor quedó el tío, orgulloso de sí mismo, sorprendido por la degradación mental de todos, ya que nadie le había respondido como en ocasiones anteriores. Simplemente todos se miraron entre sí y abandonaron el lugar. «Seguramente, porque estaban abrumados por mi gran visión», pensó el tío, quedándose solo en la mesa.

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