El cuerpo está destruido, 3 años y medio de quimioterapia lo dejaron irreconocible, la morfina lo había arruinado un tanto más; y la incapacidad de procesar las toxinas del cuerpo empezaban a desfigurar su cara. Increíble lo que soportan los espíritus que dan lucha. Tuvimos que tapar el cajón.
Pero a pesar de todo y de las lágrimas que vertían las personas yo no podía pensar que ahí estaba mi madre.
Su cuerpo se estaba derritiendo, pero ‘mi madre’ no estaba ahí. No sabía que velar.
Siempre me manifesté contra los velorios. Un lugar donde todos se juntar a hacer cosas incomprensibles. Un lugar que no me genera nada, sólo cansancio y agotamiento. Mucho más para un pequeño pueblo que suele ser un encuentro de comedores, chismosas y gente que nunca me interesó ver. El velorio al final se hizo y asistí al reencuentro de mucha gente que no me caía en gracia. Y a mamá tampoco. Pero también, hubo momentos donde yo mismo me emocioné y velé un poquito a mamá. A pesar del velorio, a pesar del pueblo y a pesar de la sarta de chismosos que se juntaban a…desperdiciar segundos de sus vidas.
Dentro de las personas que más entendí fue a mi padre. Muchas personas sólo toman como verdadera la muerte al verla. Yo, que vengo velando a mi madre hace tres años este hecho confirmatorio no es más que una anécdota. Un pequeño velamen de tristeza a los tres años más desgarradores de mi vida. A la abuela le sirvió. Ella vio a su hija ahí mismo. Algo que espero no nos toque vivir a nadie.-
Es que si te quiero velar es a lágrima viva. Porque me dolía, porque me duele recordar algunas charlas de despedida. Nos despedimos todos los días; cada día desde abril del 2013. No estamos preparados para la agonía del enfermo. Pero no pudimos, en mi caso por lo menos, abandonar el anhelo de ‘por lo menos que viva un día más’.
Mamá también pensaba ‘un día más’ pero ella lo miraba de otro lado, con orgullo y pesar. Cada vez me decía con más insistencia “tenés que seguir tu vida. Hacer tus cosas”. No era tonta, se daba cuenta que yo interrumpía todo cuando llegabas. Esta vez, yo tenía razón.
Pero yo, mamá, a pesar de todo no podía, no puedo, y no pude en ese momento velar tu cuerpo.
Velarte implica escribir el dolor de saber de que nunca más voy a tener tu tono diciendo ‘Qué Borgeano estás’. Velarte implica que jamás voy a tomar esos mates que nos dieron charlas, me dieron ideas, emociones y enojos. Que nos dieron las historias que invocamos tantas veces a nuestro antojo. Como resguardo ante otros, como secreto que nos daba fuerza.
Te estoy velando mientras leo tus apuntes, historia de Grecia, de Roma. Era tan divertido, y vos lo detestabas tanto.
Te estamos velando, la abuela llora y grita ‘¿Por qué?’ y ‘¡¡¡No me dejen sola!!!’. Cuándo lo miró al tío, tu hermno, ese que te salvó la vida; lo vio y pensé que su rostro estaba lleno de miedo, ‘no me hagas eso’ supongo que su mente decía. No sé por qué, en ese momento te velé un poco.
Cuando llegó Héctor te velé. Ya cuando escuché el llamado de papá diciendo ‘Es Hector’ ya mis ojos se llenaban de lágrimas.
Lloré, no pude evitarlo; recordé la niñez, los almuerzos. Te recordé, viva inmortal, te recordé tan vos, tan mamá imbatible. Recorrí; recorrimos tantas hazañas infantiles, tantos épicos momentos en el barrio. Tantas historias increíbles. Si fue gracias a él que yo terminé por quitarme ese impúdico guardapolvo azul para ponerme el honorable guardapolvo blanco e ir juntos al colegio. Ahí también estabas vos, una docente de la escuela pública que envío a su hijo a la escuela pública. Y fue para mejor. Él también te recordó en esta suerte de madre postiza, tan de carácter, tan irrompible, tan vos misma. No podía no llorar, no lo pude lograr, porque al escuchar su voz recordé también quién era él: mi primer y único amigo de la infancia. Y tal vez uno de los mejores de mi vida entera.
Después recordé tu deterioro, tu sufrimiento. Tu pedido de ayuda. Sufrí, lloré. Me quebré. En ese momento te velé un poco.
Después no lloré más, ‘es fuerte como la madre’ dijeron por ahí. Yo creo que diría ‘este no llora porque la madre consideraría que no hay que llorar en este lugar’. No llorar en ese momento fue una forma de velarte. Mucho más recordando y viendo la cara de algunos que no eran de tu simpatía. Todos lo sabíamos, si te levantases, dirías «¿Por qué estás vos en mi velorio?»
Cuando llegaron tus alumnos y se largaron a llorar, te velé. Te velé tanto mamí. Me conmovieron, me sentí ahí, me sentí libre. Sentí que tal vez tu muerte no sea en vano. Sentí que tal vez tengas a algunos legados. Me llevo en mis pupilas esas lágrimas sinceras de amor y de cariño de para nosotros extraños que no tienen relación filial. Y si bien es verdad que nuestro lazo es imperecedero el que vos forjaste con ellos es más poderoso. Esas lágrimas son la prueba cabal de que tenía razón. Ellos no recuerdan nada tus líneas de tiempo. Recuerdan tu empuje, la garra, las ganas con los que insistías. No recuerdan lo absurdo de lo que les hacías memorizar. Recuerdan que les inculcabas que estudiar era bueno y que los iba a hacer mejor.
Cuando llegó Facundo te velé. Uno de los principales representantes de mi adolescencia, te recordaba, te recordamos, tan incondicional, bondadosa, incansable, risueña y a la vez confiada en que ‘lo iba a hacer bien’. el también comentó «Uno no sabe bien de donde viene Joaquín. Pero una vez que conocí a tu mamá dije ‘Claro está'». En ese momento te velé mamí, me reí mucho, pero te velé. Ese otro amigo, qué fue capaz de declara ‘Seremos amigos a pesar de vos’ también estaba ahí. Tan antítesis de Héctor. Tan de mi propia adolescencia. Mi adolescencia también te veló, pero como fui duro. Ha llorado poco. Y te veló, como lo hubiese hecho: con una sonrisa.

Cuando entré a casa, lo primero que hice fue ir a tu biblioteca. Me derrumbé, lloré. Vos recorriste muchos de esos libros, los vimos juntos. Muchos habrán sido obligatorios, otros de placer. Lloré porque sentí que jamás deberían estar en mis manos. Lloré porque me di cuenta que te perdí al verlos solos. Nadie, nunca más, volvería a tenerlos en cuenta. A nadie le volverían a importar. Desnudos y solitarios quedaron sin que tus ojos pasen y lean lo que quieren decir entre líneas y secretos. Muchos significados quedarán para otros. Y sus símbolos no serán oídos.
Esos libros, en una casa habitada pero en soledad, no serán escuchados en sus palabras. Esos libros, serán colecciones de cosas y no de símbolos, porque no estarás ahí para darle vida, y yo, como esos libros, extrañaremos esa manera que tenías de leernos. Ahí te vele, no sé si fue sentado, o arrodillado, pero te vele.
