Aquel día llegó Roberto, y vaya si me irrita ese individuo. En cada palabra que pronuncia, percibo su menosprecio, como una constante sombra que se cierne sobre cualquier interacción. Siento la urgencia de contradecirlo, como el instinto acosador que emana cuando un adolescente golpea a otro sin razón aparente. ¿Será que mi abuela Marta tenía razón, que algún demonio se apoderó de mí?
Ahí viene, lo observo llegar, y parece que dirige sus palabras exclusivamente a otros para evitar hablarme. Trajo consigo una oferta laboral que, junto con ello, trajo el merecido reconocimiento a mi jefe. Sin embargo, me pregunto por qué no me lo dice directamente. Creo que ya tengo la respuesta: somos iguales, y él busca congraciarse con sus superiores. Si su jefe fuera un igual, le daría recomendaciones que nunca tuvo ni adquirió.
Incluso la chica de marketing sigue afectada porque él la trató mal, dejándola como una tonta. Pero mi odio no proviene de ahí; no es un afán justiciero lo que me consume. Lo que realmente deseo es verlo en el suelo, suplicando. Maldito Roberto, ahora se permite dar recomendaciones sobre el sacrificio y la vida, cuando sus padres le resolvieron todos sus problemas. Habla de mujeres, de sexo, de posiciones, y aun así, debe ser virgen. Ese Roberto, qué odio me genera. Si existiera la justicia divina, al menos un ventilador debería caerle en la cabeza; deberían instalar ventiladores por toda la oficina.
- «Oiga, señor, quite ese aire. Ponga el ventilador acá arriba.»
No es la mejor idea, pienso. No soy arquitecto, pero considero que un ventilador torpemente colocado en un solo lugar no sería apropiado. Al final, Roberto me inspira a escribir sobre él, pero él es incapaz de leer los titulares. Pasará el día pegado al celular, pretendiendo ver cosas cuando solo está fisgoneando en fotos de chicas desconocidas. A pesar de todo lo que escribo sobre Roberto, ¿por qué molestarme si ni siquiera lo va a leer? Pobre Roberto, quizás no sea tan malo; después de todo, no me hace nada directamente. Aunque unas cuantas piñas podrían poner fin a todo esto. Pero soy un hombre de paz y un hombre de letras.
Al final, Roberto parece un buen tipo. Me irrita, pero tal vez sea porque se asemeja más a un hermano que a un amigo. Maldito Roberto, Feliz día.